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Imposición de cruces


Una vez informado el ministro de la Marina de las acciones llevadas a cabo por los patrones Vicente Buigues, Bautista Buigues y Agustín Antolino, el gobierno español decidió conceder la Cruz Roja del Mérito Naval de su Majestad el Rey a los citados marineros.

El acto de imposición de las cruces comenzó a las 11 de la mañana del día 13 de agosto en el Salón del Trono de la Capitanía General del Departamento, en Cartagena. Al mismo asistieron entre otros, el Capitán general Marqués de Pilares; el general Gobernador de la plaza, García Aldave; el general de Brigada Ruberté; el alcalde de Cartagena, Rafael Cañete; el arzobispo de Pará, el doctor França, y los tripulantes de los barcos Joven Miguel y Vicente Lacomba, Vicente Bohigues y Agustín Antolino respectivamente, que -según cuentan las crónicas aparecidas en su día en los diarios cartageneros y en el ABC- dieron en todo momento muestras de humildad y de emoción.

El Capitán general Marqués de Pilares impuso las cruces a los marineros. El general Auñón pronunció un ostentoso - aunque no por ello menos emotivo- discurso en el que elogió la bravura, la caridad y la heroicidad de los marineros de Cabo de Palos, y aprovechó la ocasión para identificar el coraje de estos hombres con el patriotismo y disertar sobre la Providencia divina.

El alcalde de Cartagena, Rafael Cañete, felicitó a los marineros condecorados en nombre de la ciudad.

Los salvadores fueron premiados y recompensados también por la Sociedad de Salvamento de Náufragos y por el Gobierno de Italia.

Mes y medio después, el patrón del Joven Miguel, Vicente Bohigues, fue recibido por el rey Alfonso XIII.


Discurso del General

"Señores: la reciente catástrofe del Sirio esparce en estos días el dolor por todo el mundo.

El trance duro del desastre bajo sus formas materiales no pudo ser más breve; el que pudiéramos llamar momento de la culminación de todos los dolores apenas se concibe que diera espacio suficiente para tantas honras; el toque de agonía producido por el contacto de las masas de rocas y de acero, rápido como el paso de la muerte; pero la muerte avara no se sacia; y haciendo trono en los despojos del naufragio, bate sus negras alas con crueldad aterradora.

En día claro con luz serena, con cielo azul, sin nubes que lo empañen, con brisa bienhechora en el estío, con el dulce mover de las aguas, deslizándose en cerco de espuma, con todos los encantos con que la mar traidora nos arrolla en sus galanas horas, convidando a vivir y a gozar con la contemplación de sus grandezas; la paz se trueca de repente en la mayor de las angustias, y cual si todas las desventuras de la tierra se hubiesen dado cita sobre la masa humana que se agita en los umbrales del abismo, el dolor se divide y subdivide, se agranda, se transforma, se agiganta, se multiplica en todos sus aspectos; pero no da por terminados sus rigores hasta que logra para unos la muerte de su cuerpo extenuado, rendido en la fatiga; para otros una muerte más lenta; la de vivir sin vida, la soledad de una existencia de la que no se aparta la memoria del cuadro aterrador y el recuerdo tenaz de la agonía de seres cuya vida era una parte de su alma.

Y allí en la confusión, en las angustias, en el terror de la contienda, iluminado el cuadro por espléndido sol, testigo mudo del dolor, contemplando la tierra no lejana, allí en muy pocas horas, la vida, la esperanza, la fortuna, el recuerdo de vidas pasaron, ilusiones de amor y de ventura, la memoria piadosa de los que allá quedaron, el abrazo amoroso de los que al otro lado esperan, todo cuanto era vida y esperanza, todo desaparece cubierto por las olas, que al poco tiempo están serenas e indiferentes al suceso.

Pero la Providencia, que en todas partes aparece bajo todas las formas, tomó aquel día la de hombres valerosos de corazón tan grande, que en él pueden vivir holgadamente sentimientos tan amplios como la caridad y la bravura, la de hombres abnegados en los sentimientos de humanidad, se sobreponen al amor de la propia existencia.

Y así, cual si supieran por milagro del seno mismo de las ondas que intentan acabar con la vida, aparecieron estos hombres valerosos, que aquí tenéis presentes, providencia de náufragos, conservadores de la vida en el profundo seno de la muerte,

Vosotros, valerosos patronos Buigues y Antolino, quizás en el fragor de la batalla con la muerte, no os habréis dado cuenta de toda la extensión que alcanza vuestra conducta generosa; pero sabed que si las lágrimas y los dolores pudieran traducirse en cifras, sería inmensa la que expresa lo que habéis ahorrado a vuestros semejantes, y por eso nosotros, los que con más reposo examinamos el suceso, queremos ensalzaros para que en todo nuevo trance perseveréis en vuestra heroica conducta, porque si no podemos desear que la ocasión se reproduzca, podemos, sí, pedir a Dios que si algún día naufragamos, Él nos depare a nuestro lado un Antolino o un Buigues.

Vivid contentos de vuestra obra generosa; recordad, si queréis, vuestras hazañas en el mar; pero sabed también que si corréis un velo sobre las pasajeras y fugaces aureolas de la vida mundana, la que ahora habéis realizado es la más meritoria de todas, la que deja en el alma una satisfacción más pura, más exenta de lágrimas amargas, porque si de una y otra parte se derraman durante la refriega, al ahuyentar la muerte en el momento en que esgrime la guadaña a la vista del náufrago infeliz, no son seguramente, lágrimas de dolor; sino de gratitud y de ternura; perlas que el corazón hace asomar a la pupila como ofrenda de un alma agradecida o como muestra de la ternura que se esconde dentro de un alma generosa que goza en derramar el bien y en dividir su propia vida con el necesitado.

Patrones Antolino y Buigues: !Que la vuestra sea larga y feliz para contento de los seres que hoy os deben la suya; para ejemplo de los hombres de mar; para orgullo de vuestros hijos y para honor de nuestra Patria...! Habéis tenido la fortuna de que la mano salvadora fuese imán para súbditos de más de 10 naciones, y en todas ellas hoy bendicen vuestro nombre; pero España, la más afortunada, puede también unir a sus aplausos el orgullo de haber mostrado al mundo que ella es la que produce tales hombres.

Ciertamente no habréis sido vosotros únicos compañeros en la tragedia que relato: pero al hacerse pública vuestra conducta, no he querido esperar a los rigores del expediente y del sumario, y ansioso de empezar la recompensa, os otorga esta cruz que en vuestro pecho será en lo sucesivo signo revelador de la Real estimación y del esfuerzo, por vosotros realizado, de Caridad y de bravura: la Corporación municipal, la genuina representación de la ciudad de Cartagena, de la Ciudad que estos días ha elevado su nombre a las alturas en que reina la virtud soberana, la caridad sin límites ni condiciones, ha querido poner un sello más a su conducta generosa, donándoos como recuerdo estas insignias del Mérito Naval con distintivo rojo: y a mí, que nada puedo daros, me ha reservado la fortuna, el honor estimado de colocar en vuestro pecho el signo que atestigua la estimación universal por vuestros hechos.

Llevadla con honores y mantenéos dignos de ella; legadla a vuestros hijos, y entretanto, esta mano que ha sido honrada muchas veces por Príncipes y Soberanos, séalo también en este día estrechando las vuestras.

Patrones Antolino y Buigues: Estrechadme la mano y, vosotros, señores, que abrillantáis el acto con vuestra presencia, aplaudid a los héroes del mar."

Discurso del General Auñón en el acto de imposición de cruces. EL ECO de Cartagena.13 de agosto de 1906.